Hace mucho tiempo, en la aldea de Guatavitá se practicaba un extraño y singular rito. Todos los años, en un día determinado, uno de los jefes de la aldea se untaba en su cuerpo una sustancia pegajosa que cubría desde los pies hacia la cabeza, luego se echaba una capa fina de polvo de oro puro que le daba un aspecto asombroso. Este hombre era “El Dorado”.
El Dorado, era conducido por sus compañeros a las orillas de un lago cercano a la aldea, y lo colocaban en una balsa, que empujaban hacia el centro de este mismo. Cuando el Dorado llegaba a la mitad del lago, este saltaba hacia el agua y esta, hacia que se desprendiera de su cuerpo aquella magnífica y brillante vestidura, quedando así, una hermosa mancha dorada que lentamente se hundía hasta desaparecer.
Esta ofrenda mágica servía para atraer los beneficios divinos sobre la aldea. La imaginación del hombre blanco convirtió este rito de un hombre dorado, en una tribu de oro, y finalmente en un país de ensueño: El Dorado.